miércoles, 14 de marzo de 2012

POESÍA. Tres poemas de Luis Cernuda (Generación del 27) para tema, organización de ideas, resumen y comentario crítico

Luis Cernuda

JARDÍN ANTIGUO

Ir de nuevo al jardín cerrado,
Que tras los arcos de la tapia,
Entre magnolios, limoneros,
Guarda el encanto de las aguas.

Oír de nuevo en el silencio,
Vivo de trinos y de hojas,
El susurro tibio del aire
Donde las almas viejas flotan.

Ver otra vez el cielo hondo
A lo lejos, la torre esbelta
Tal flor de luz sobre las palmas:
Las cosas todas siempre bellas.

Sentir otra vez, como entonces,
La espina aguda del deseo,
Mientras la juventud pasada
Vuelve. Sueño de un dios sin tiempo.
                             De Las nubes (1937-1940)



Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

                  De Los placeres prohibidos (1931)


Donde habite el olvido

Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.
                De Donde habite el olvido (1932-1933)

lunes, 12 de marzo de 2012

PRENSA. "Insultos a la familia"


   En "La Vanguardia":
Insultos a la familia
   'Cabrón' tiene ahora el sentido de envidia sana (o no tan sana): "Qué suerte has tenido, cabrón".

12/03/2012  Magí Camps
   Muchas mañanas de domingo de mi niñez consistían en ir con mi padre al fútbol (otras -si tenía suerte-, mi abuelo me llevaba a Sant Antoni, a dar un paseo por los puestos de libros viejos, pero esta es otra historia). Mi padre fue durante ocho años presidente del Baronense, un equipo de barrio que jugaba en una espectacular cantera de Can Baró, a los pies del Turó de la Rovira, en Barcelona. Mis tíos maternos, uno tras otro, lucieron los colores y yo, que me tenía que tragar todos los partidos y que no me gusta el fútbol, me dedicaba a la observación social. Un día, en un partido en un campo contrario, el masajista -o quizás era el delegado de campo- se fue encendiendo al ver a un jugador del otro equipo dando leña a base de bien. "Este tío es un hijo de puta", iba repitiendo, hasta que lo dijo gritando. Un hombre que llevaba rato rondando por el banquillo lo increpó: "La madre de ese chico es una santa: es mi mujer". El otro se levantó y le pidió disculpas inmediatamente, pero tras unos segundos dubitativo, le soltó: "Pero usted no me puede negar que su hijo está jugando sucio". El hombre lo admitió, pero repitió que aquello no tenía nada que ver con su madre; y se apartó del banquillo mientras todos tragaban saliva.
   Si insultar es feo, hacerlo atacando a las mujeres de la familia es ruin. Hijo de puta es un insulto parecido a cabrón: "Se dice del hombre al que su mujer es infiel, y en especial si lo consiente", define el DRAE. Pero en los dos casos se ha perdido el primer significado y ahora se le da el de persona "que hace malas pasadas". Hoy, los dos insultos se lanzan como si nada e incluso hay quien los emplea en sentido positivo; con ilusión, por ejemplo, en un reencuentro: "Tú, hijo de puta, cuánto tiempo sin verte"; o para denotar una envidia sana (o no tan sana): "Qué suerte has tenido, cabrón".
   Es justamente basándose en esta evolución positiva del significado que José Luis Plaza, distribuidor de una marca de orujos y aguardientes de Cantabria, defiende la marca Hijoputa. El Tribunal de la UE no lo ve así y ha rechazado registrarla, porque considera que se trata de una palabra que "es percibida como injuriosa y ofensiva y, por lo tanto, contraria a las buenas costumbres en una parte de la UE", informaba la sección de 'Economía' el sábado.
   Es el problema que tienen las etiquetas de espirituosos: no hay contexto, no hay entonación. Más que hijoputa, yo le habría propuesto utilizar hideputa, que sale en el diccionario, tiene solera y se podría hacer pasar por palabra clásica del siglo de oro.

PRENSA. "Lenguaje sexista"

   Editorial en "El País":
Lenguaje sexista

   La Real Academia denuncia los excesos de las guías, pero debería hacer más por la igualdad.

11 MAR 2012
 
   Diferentes entidades y organismos públicos han elaborado en los últimos años diversas guías para evitar el uso sexista del lenguaje. El informe Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, aprobado por 26 miembros de la Real Academia Española, analiza varias de estas guías y sale al paso de lo que considera una deriva peligrosa: la pretensión de imponer un lenguaje políticamente correcto que evite determinadas estructuras muy arraigadas de la lengua, en favor de formas artificiosas destinadas a hacer visibles a las mujeres.
   Estos manuales son el resultado de un proceso de reflexión sobre el efecto que el uso sexista del lenguaje tiene en la perpetuación de valores y estereotipos que perjudican los objetivos de igualdad de la mitad femenina de la población. Someter ese uso sexista a revisión es una pretensión absolutamente legítima. Otra cosa es el acierto de las propuestas que se formulan para evitarlo. Es cierto que algunas de las recomendaciones contenidas en estas guías son extremas y resultan imposibles de aplicar porque atentan contra reglas básicas como la economía del lenguaje. Cualquier imposición que suponga violentar la libertad de los hablantes está condenada al fracaso. Pero, como reconoce de forma enfática el propio informe, el lenguaje es fruto de una historia marcada por una visión androcéntrica del mundo que ha discriminado a las mujeres y las ha condenado a la invisibilidad. Bienvenida sea la Real Academia al debate de una cuestión que hasta ahora había ignorado. Es de esperar, además, que en adelante aplique esta nueva sensibilidad en sus revisiones de la lengua para señalar los usos que considere sexistas y hacer sus propias recomendaciones al respecto.
   Tiene razón, en cualquier caso, la Real Academia al subrayar los excesos y las torpezas incluidos en estas guías para dar visibilidad a la mujer, y que conducirían, si se aplicaran rigurosamente sus prescripciones, a un habla impostada y ficticia, amén de dificultar la comunicación. Su certero diagnóstico sería mejor entendido si los sillones de la RAE dejaran de ser patrimonio casi exclusivo de los hombres. En tres siglos de historia apenas ha tenido siete académicas. Y entre sus 46 miembros, ahora mismo solo hay cinco mujeres. En sus manos está corregir tan inaceptable desproporción y hacer que, cuando utilicemos el término académicos, ese masculino plural actúe de verdad como género no marcado que incluye de verdad tanto a los hombres como a las mujeres.

martes, 6 de marzo de 2012

PRENSA. Sobre los eufemismos. "No digan recortes, llámenlo amor", reportaje

Los eufemismos son especialmente frecuentes ante la mala marcha de la economía. / SAMUEL SÁNCHEZ. "El País".


   En "El País":
No digan recortes, llámenlo amor
   Los eufemismos forman parte del discurso público desde que este existe, pero las épocas de crisis pueden llevar el abuso de esta figura al límite de lo cómico o, a veces, de lo cínico.
Amanda Mars 6 MAR 2012

   No teman, amigos, nadie pretende bajar su sueldo. Es más bien una “devaluación competitiva de los salarios” lo único que proponen para España organismos internacionales como el Banco Central Europeo (BCE). Ya saben, atravesamos una época de crisis -o de “severa desaceleración”- y son necesarios recortes -perdón, quisimos decir “reformas” o, como mucho, “ajustes”- en varios ámbitos. Pero no hay que llevarse las manos a la cabeza: Cataluña no ha planteado en ningún caso introducir el copago en la sanidad pública, en absoluto, sino que trabaja en la idea de introducir “un tique moderador sanitario”. Y el Gobierno no ha subido el impuesto sobre la renta -ya había prometido durante la campaña electoral que no lo haría-, sino que ha dejado bien claro la vicepresidenta primera que esa modificación del IRPF consiste en un “recargo temporal de solidaridad”.
   Dicen que este periodo de “crecimiento económico negativo” (la Gran Recesión, se empeñan en llamarla los tremendistas) no ha pasado la misma factura a todos, que ha salido más cara a la clase trabajadora que los a los pudientes. Esto no es sino “el impacto asimétrico de la crisis”. Así que muchos trabajadores han ido a engrosar la lista del paro, no tanto porque sus compañías les hayan despedido, sino porque se hallan inmersas en procesos de “racionalización de la red de oficinas”, por ejemplo, cuando se trataba de las cajas de ahorros que se han fusionado.
   Circunloquios, perífrasis, rodeos, ambigüedades, tecnicismos ininteligibles, anglicismos innecesarios... Es viejo como el poder o como la seducción. El uso persuasivo del lenguaje forma parte del discurso público desde que este existe y se mueve en esa delicada frontera entre el maquillaje y la máscara. Pero el uso de los eufemismos se intensifica en tiempos de crisis, esas épocas de malas noticias y su abuso puede rayar en lo cómico o lo grotesco.
   La idea de fondo es aquella de que de la rosa lo que importa es el nombre, que las cosas existen en tanto que se las nombran. El giro lingüístico explica que el lenguaje no es tanto un vehículo de expresión de un pensamiento previo, sino de formación de pensamiento en sí mismo.
   O, por entregarse al tópico, que al final, de tanto llamarlo amor, acaba uno por convencerse de que es eso, amor, y no lo otro. Por eso lo llaman así.
   “La guerra de las palabras gana a la guerra de las políticas y tiene un efecto anestésico, sobre todo en periodos recesivos”, apunta Antón Costas, catedrático de Economía y Políticas Públicas de la Universidad de Barcelona (UB). “Los eufemismos tienen esa función, que no virtud, de anestesiar, pero a partir de ahí se puede abusar de ellos de forma cínica, grosera e incluso perversa”, añade.
    El riesgo de este abuso, advierte el catedrático, es que, como marca la ley de la física, a toda acción le corresponde una reacción de la misma fuerza en sentido opuesto. O, siguiendo la imagen médica, “el lenguaje eufemístico debe tener cuidado porque esas palabras pueden adormecer un tiempo, pero cuando el enfermo despierte y vea lo que ha pasado puede dar un manotazo”.
   Para Darío Villanueva, secretario general de la Real Academia Española (RAE), “hablar de crecimiento negativo es el colmo de todo esto, es una antífrasis que representa el absurdo, es como decir huelo caliente. Los poetas sí pueden jugar con eso y hablar de soledad sonora, pero hablar de crecimiento negativo es una antífrasis”.
   Luis de Guindos, el día se tomó los poderes como ministro de Economía el pasado 26 de diciembre, hizo una primera demostración de su manejo del lenguaje. De Guindos advirtió, sin mentar por un momento la palabra recesión, que España entraría en el año 2012 con una “tasa de crecimiento negativa” que iba “determinar el perfil en el que nos adentramos” y que, cómo no, iba a ser “relativamente desacelerado” (sic). Pero esto no debía ser sino un acicate -dijo- para emprender la “agenda de reformas”.
   Poco después, se puso negro sobre blanco una de esas reformas, la laboral. Y al propio Guindos se le escapó aquello de que la reforma iba a ser “extremadamente agresiva” en una conversación con el comisario de Asuntos Económicos, Olli Rehn, que fue captada por cámaras y micrófonos
   Fernando Esteve, profesor de Teoría Económica de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), recuerda que la economía “no es una ciencia al uso, tiene elementos muy claros de persuasión y, según te expresas, logra causar un impacto u otro”. Por ejemplo, “tú puedes decir medida de ahorro o de recorte para referirte a una misma decisión, y la sensación que generas es diferente: ahorro hace pensar en algo bueno y prudente y recorte en la pérdida de derechos”. Ahorro, por así decirlo, suena más a amor que recorte.
   Cada época tiene sus palabras fetiche, como cuando los albores de esta crisis no eran más que una “desaceleración” económica, como se empeñaba el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero. Y la burbuja inmobiliaria -que solo fue reconocida como tal cuando pinchó, es lo que pasa con las burbujas- solo iba a protagonizar un “aterrizaje suave de los precios”, por usar las palabras de algunos promotores.
   Villanueva echa la vista aún más atrás: “Durante el franquismo también podíamos ver muchos eufemismos. Democracia, por ejemplo, era una palabra tabú, pero con el tiempo se pudo empezar a utilizar y se decía que el régimen era una democracia orgánica, la no orgánica era la mala. Las huelgas eran conflictos laborales y los partidos políticos, asociaciones”, recuerda.
   El riesgo de los eufemismos -al margen del peligro de que le cojan a uno en plan descarnado, con un micrófono a traición- es que pierden su influjo con el paso del tiempo. Es algo muy teorizado por los lingüistas. “Cuando las personas ya se han acostumbrado tanto a esa palabra que lo asocian inmediatamente al concepto que se quería edulcorar, deja de ser un eufemismo y hace falta buscar otro para taparlo”, explica el periodista y escritor Álex Grijelmo, presidente de la agencia Efe, que ha estudiado el campo del lenguaje eufemístico y pone algunos ejemplos: “Campo de concentración fue, en principio, un eufemismo, o retrete, que era un lugar retirado, o puta, que se utilizaba para esquivar la expresión mujer pública”.
   Los medios de comunicación se suben la ola eufemística. “Están totalmente contaminados, ahora se habla de servicios de información, cuando no deja de ser espionaje”, apunta. En el campo económico, Grijelmo coincide en que “seguro que se podría establecer una correlación entre el PIB del país y el uso de eufemismos”. El autor de obras como La seducción de las palabras presta otro ejemplo, como un titular del pasado noviembre, en el Diario de Burgos: “Las entidades financieras redefinen su presencia en los pueblos pequeños”. O las firmas de moda de alta gama, que nunca anuncian “rebajas” en las páginas de los periódicos, sino “ventas especiales”.
   También se presentan como anuncios de “contactos” los de prostitución, e incluso a veces se sustituye la palabra prostituta por “trabajadora sexual”.
   La corrección política en el lenguaje ha alumbrado también eufemismos como “país en vías de desarrollo, en vez de país subdesarrollado”, apunta en este sentido Darío Villanueva, y especifica el mecanismo: “Una forma de afirmar algo malo es negar algo positivo”.
   El uso de lenguaje económico con determinados fines viene de antiguo, abunda Fernando Esteve. “Fíjese que, de toda la riqueza que crea una empresa, a los beneficios empresariales, se les llama excedentes empresariales, que significa algo bueno, y al beneficio del trabajador se le considera coste laboral unitario”, apunta. “Nadie quiere subir costes, por sentido común, y todos estaremos de acuerdo en que cuanto más excedentes tenga una empresa, mejor”, añade. “Eso ya lo tenemos incorporado a nuestro lenguaje [y, por tanto, a nuestro subconsciente]”, explica Esteve. Cuando se habla de educación o sanidad gratis, por ejemplo, se puede llegar a olvidar que ya se paga con impuestos.
   El profesor también encuentra un sesgo o fin muy persuasivo o en el uso de algunas metáforas. “Cuando un político o economista se mete a dietista, échese a temblar”, alerta, “como cuando dicen: ‘Tenemos mucha grasa, debemos hacer dieta y entonces volveremos a estar bien’. Si logras trasladar esa imagen a unos ciudadanos que no saben de economía, confiarán ciegamente en que, en efecto, han estado comiendo demasiado y ahora les toca adelgazar, y que esa dieta, aunque les duela, es lo mejor que les puede pasar”.
   Lo mismo ocurre con la resaca. Utilizar esa imagen para la crisis es, de alguna forma, llevar a la culpa a quien la sufre, por haberse emborrachado. “Para mí una de las cosas más cretinas de esta crisis es eso, hablar de resaca. Implica que ahora lo pasas mal porque has cometido excesos, y no podemos caer en la trampa de estas metáforas”, remata. Los periodistas, critica, “también se dejan llevar por la metáfora facilona”.
   Los tecnicismos pueden convertirse también en grandes aliados del lenguaje edulcorado. Los expedientes de regulación de empleo (ERE) como forma de referirse a los despidos colectivos de una empresa son un buen ejemplo. Otro es el “concurso de acreedores”, que fue la forma que la ley de 2003 escogió para referirse a la antigua suspensión de pagos de las empresas, mucho más cruda y explícita.
   La jerga financiera, que tan intrincada resulta a veces, también acaba teniendo un efecto nebuloso en la comunicación. “Exposición” a la deuda o “activos adjudicados”, para referirse muchas veces a los inmuebles que han embargado porque sus propietarios no podían pagar el crédito. Y, hace poco, la compañía aérea Spanair anunció que dejaba de operar por “falta de visibilidad financiera”, es decir, que no tenía dinero y no lograban que nadie se lo diera.
   En este capítulo de la interminable crisis, no deja de oírse la palabra “sacrificio” cuando se habla de programas de recortes (los que buscan la “consolidación fiscal”). El proyecto europeo se tambalea a cuenta de los desequilibrios presupuestarios y la crisis de deuda soberana.
   Es interesante acudir ahora a un análisis de Javier Pradera, publicado en este mismo periódico el 1 de agosto de 1993. Más allá del eufemismo recogía las negociaciones de Gobierno y agentes sociales para un plan de empleo. “Los bizantinos distingos del Ejecutivo para convencer a los españoles de que la convergencia con Europa exigiría esfuerzos pero no sacrificios casi agotó sus reservas de pólvora verbal”, escribía Pradera. “La inútil pugna semántica para determinar si el rigor de la política presupuestaria del nuevo Gobierno llevará a cabo un recorte de los gastos sociales o procederá sólo a su contención tal vez distraiga los ocios veraniegos, pero apenas ayudará a que la negociación progrese”, continuaba.
   Y así presentó Miguel Boyer los presupuestos el 17 de mayo de 1983: “La lucha contra la inflación debe verse facilitada por una actitud de moderación salarial”.
   Este tipo de lenguaje no habita solo en la boca de los poderes públicos, apunta Antón Costas. “También los sindicatos lo asumen cuando tiene que defender algunos pactos, como, por ejemplo los de moderación salarial”. Y es que moderación viene de moderar: templar, ajustar, arreglar algo evitando el exceso.
   Algunos debates y sus recursos lingüísticos perduran con el tiempo. Vendrán más años malos, diría algún poeta melancólico. Los hombres de negocios, en cambio, esquivan los “problemas” en las entrevistas y suelen hablar más de “retos” o “desafíos”. Vendrán recortes, para unos, o ajustes, o reformas, o medidas de consolidación fiscal. Y otros lo llamarán amor.

domingo, 4 de marzo de 2012

PRENSA. Artículos para actividades


1. ¿Resignación o indignación?

La Vanguardia,18/02/2012

   Quizás sea bueno para todos que haya ricos muy ricos, lo que indigna es que haya privilegiados.

Francesc de Carreras, Catedrático de Derecho Constitucional de la UAB

   Los ciudadanos que no entendemos mucho, o casi nada o nada, de economía, andamos estos años confusos y despistados. Ponemos buena voluntad en superar nuestras ignorancias: escuchamos intrigados las noticias del día, casi siempre malas, ponemos atención en los discursos o entrevistas a los políticos, más atención todavía a las intervenciones de expertos economistas, leemos las páginas económicas de los diarios... Pero aprendemos poco: todo nos parece misterioso, ininteligible, con un lenguaje que sólo comprenden los iniciados, si es que los hay. Hay cuestiones especialmente espesas para nuestras cortas mentes: las informaciones diarias de la bolsa, la razón por la cual los valores suben y bajan.
   Sin embargo, en general, por el momento, a todo ello respondemos con resignación: es una crisis global, europea, occidental. Nosotros sólo somos un grano de arena en un gran desierto, poco podemos hacer. Nos consolamos: la crisis será larga y dura, pero transitoria, volverán los buenos tiempos. Incluso nos culpabilizamos: vivíamos por encima de nuestras posibilidades, hemos abusado del Estado social, la responsabilidad es de todos...
   Pero de vez en cuando nos llegan informaciones que convierten la resignación en indignación. El lunes de esta semana el diario económico Expansión publicaba en primera página un titular que decía: "La fortunas del Ibex han cobrado este año 300 millones de dividendos". ¡Caramba! Y sigue: es un incremento del 7,2 % respecto al año pasado. Vaya, vaya, algunos siguen viviendo por encima de "nuestras" posibilidades.
   Estas fortunas, naturalmente, tienen nombres y apellidos, todos ellos muy conocidos, con ganancias desiguales. De más a menos y entre paréntesis los dividendos expresados en millones de euros: la familia Del Pino (65,2), la familia March (55,2), Alberto Cortina y Alberto Alcocer (43,7), Esther Koplowitz (43,5), familia Entrecanales (38,5), Florentino Pérez (37,8), José Lladó (15,7). Falta la mayor gran fortuna, Amancio Ortega, que no sé por qué razones todavía no se puede calcular, pero según los expertos, incluidas las acciones de su exmujer Rosalía Mera, podría elevar la suma conjunta de 300 a 700 millones.
   Seguro que mis amigos economistas dirán que esto es bueno, un signo de que remontaremos pronto, que España es más rica de lo que parece. Tal vez tengan razón, tendrán sus motivos. Pero entonces les replicaré que hablemos de impuestos. ¿Qué porcentaje de estos dividendos irán a las arcas públicas vía fiscal? Por IRPF llegarían a pagar entre un 45 y un 56% de sus beneficios brutos. Por impuestos sobre rentas de ahorro, incluidas las sicav, desproporcionadamente menos.
   Quizás sea bueno para todos que haya ricos y muy ricos. Puede incluso que se lo hayan ganado. Lo que indigna es que haya privilegiados.



2. La ciencia y la piel de gallina
   Hoy la música se escucha en solitario, en silencio y con auriculares, pero es tan necesaria como siempre.

27/02/2012 Joana Bonet La Vanguardia
  
   ¿Por qué hay canciones que nos erizan la piel y nos conectan con un viejo amor, un sueño perdido o que incluso nos hacen llorar? Hace unos días, el periodista científico Michaeleen Doucleff publicaba en The Wall Street Journal "Anatomía de un generador de lágrimas", donde analizaba el poder conmovedor de la música y en particular de una de las cinco canciones más descargadas en iTunes, Someone Like You, de la antidiva Adele. He seguido en Twitter el interés por los escalofríos musicales que propician analogías con las emociones. Eso que tan bien expresó Mendelssohn al afirmar que en ambas realidades –la musical y la emocional– existen formas parecidas de crecer y de empequeñecerse, de calma y de excitación, de intervalos soñadores. Como la comida, el sexo o las drogas, la música estimula los circuitos del cerebro y libera dopamina en los centros de placer y recompensa. Y en el caso de la canción de Adele, según Doucleff, se pasa de la tristeza al bienestar gracias a las llamadas apoyaturas –una especie de contrapunto musical que puede producir tensión, alivio e incluso lágrimas–. Confieso que Adele no me hace llorar, pero recuerdo con nitidez otras canciones con las que he experimentado ese pellizco. De adolescente, en las largas tardes de verano, escuchaba Es fa llarg esperar y sus notas pronunciaban una densa sensación de expectativa, en especial cuando Maria del Mar Bonet sube de octava para decir doliente: "El cel roig i el sol que ja se'n va". Todos tenemos una banda sonora que nos acompaña hasta la muerte –aún recuerdo la sonrisa que esbozamos en la despedida de Enrique Puig cuando al terminar la liturgia sonó Matilda–.
   No hay más que fijarse en Obama para entender cómo explota el contagioso poder de la música. Después de que en el 'Apollo Theater' se lanzara a cantar Let's Stay Together, las ventas del viejo tema se dispararon. Hace cuatro años publicó la música que llevaba en su iPod. Fue un golpe maestro y creó escuela. Ahora, sus temas preferidos acaban de aparecer en una playlist de Spotify. Obama pasa de la celebridad a la intimidad con un suave encabalgamiento, baila arrobado con su mujer como nunca ha hecho aquí ningún presidente del Gobierno, y además de cantar bien, sabe que cuando a dos o más personas les gusta la misma canción se dispara un mecanismo gozoso que incita a reconocerse en el otro.
   Hace tiempo que los jukebox se callaron. Habitaba en el acto de elegir una canción, o varias, un deliberado ejercicio de cercanía. Hoy la música se escucha en solitario, con auriculares y en silencio. Pero es tan necesaria como siempre, y más ahora que la ciencia demuestra que no estamos locos cuando al escuchar una canción creemos vivir una vida paralela, en las antípodas de las primaveras valencianas, la sumisión laboral y los juicios por corrupción. Basta con darle al play.


3. ¡Ay, estos hijos...!

   Las dificultades actuales nos harán recobrar a todos, por la fuerza, niveles de una mayor autoexigencia colectiva.

03/03/2012 Juan-José López Burniol La Vanguardia

   En el último testamento que he autorizado, justo hace un par de días, el testador –un viudo de mediana edad– dispuso de determinados bienes a favor de sus hijos por vía de legado, sujetándolos a la administración de un tercero –un tío– hasta que cada uno de los hijos cumpla los 25 años. Una cláusula idéntica, u otras similares, hace tiempo que resultan frecuentes en los testamentos, al querer dilatar los testadores el momento en que sus hijos entren en la libre administración y disposición de los bienes heredados. La razón es sencilla: los testadores juzgan que, al alcanzar la mayoría de edad –los 18 años–, los jóvenes carecen de la madurez mínima necesaria para manejar de un modo solvente el patrimonio heredado. Y tan es así que, en ocasiones, los padres pretenden incluso atar aún más a los hijos, postergando la fecha en que podrán administrar libremente los bienes heredados –por ejemplo– hasta los 30 años.
   La frecuencia de esta disposición testamentaria invita a reflexionar sobre la realidad social que la provoca. Y la primera observación que cabe hacer es la de que, dada la prolongación de la vida humana, se han ido retrasando todas las fases de esta. Así, la etapa formativa, que antaño concluía, para buena parte de las gentes, a una edad muy temprana, y, para los universitarios, antes de los 25 años, ahora se ha prolongado hasta mucho después, en forma de cursos, másters, seminarios y prácticas, de modo que muchos estudiantes comienzan a trabajar frisando los 30 años. Esta misma tendencia se manifiesta en otro fenómeno: cuando comencé a ejercer como notario, hace ya más de cuarenta años, una mujer que no hubiese tenido hijos antes de los 30 años era muy difícil que los tuviese después, y actualmente, en cambio, es muy frecuente que las mujeres comiencen a tener hijos a partir de esta edad, cuando su etapa de formación e instalación ha concluido. La conclusión de todo ello es clara: si la etapa formativa de muchos jóvenes termina entre los 25 y los 30 años, resulta lógico que estos jóvenes no entren en la libre administración y disposición de los bienes que puedan heredar hasta que su formación haya concluido.
   Ahora bien, siendo tan razonable como discutible lo que acabo de escribir, la auténtica razón de fondo ha de ser otra y tendrá que ver quizá con la sobreprotección que han dado a sus hijos las generaciones nacidas después del final de la Guerra Civil. Estas generaciones fueron educadas, por lo general, con un alto nivel de exigencia y disciplina, en un ambiente de carestía muy lentamente aminorado, y que sólo comenzó a disiparse muy entrados los años sesenta. En este marco, los jóvenes maduraban pronto y se integraban rápidamente en un mundo laboral que no presentaba ni de lejos las dificultades actuales. Los nacidos en aquellos años se buscaban la vida desde edad muy temprana, por lo que hubiese resultado absurdo limitar sus facultades sobre los bienes heredados, cuando ya habían asumido compromisos y responsabilidades laborales en todo análogos a los de los mayores. En cambio, y quizá por la ley del péndulo, estas mismas generaciones, que han tenido y han educado a sus hijos en épocas de mayor abundancia y riqueza, han relajado hasta el extremo la educación de estos, dulcificando las exigencias de un rigor y una disciplina que ellos padecieron y que después han juzgado excesiva. Sin olvidar, por otra parte, que el espíritu de las sucesivas reformas educativas ha contribuido, con planes de laxitud evidente (que han neutralizado el mérito y han erosionado el principio de autoridad), a que los jóvenes de estas generaciones –salvando todas las excepciones que haya que salvar– sean percibidos por sus propios padres como más inmaduros y necesitados, por ello, de una mayor protección. Así, no deja de ser revelador lo tarde que muchos hijos se marchan hoy de casa de sus padres.
   Otra consecuencia de este estado de cosas es el menor espíritu emprendedor de estas generaciones, salvadas otra vez todas las excepciones que haya que salvar. Aquel espíritu de iniciativa que ha caracterizado durante siglos a los catalanes, puesto de manifiesto tanto en su capacidad emprendedora –de asumir riesgos– como en su aptitud para hacer frente a las exigencias del cambio cuando este se manifiesta, parece haber disminuido, hasta el punto de que las jóvenes generaciones buscan la seguridad que proporcionan el funcionariado o las plantillas de entidades en las que la seguridad del empleo es pareja a la que brinda la Administración. Mosso d'esquadra o empleado de La Caixa parece ser hoy para muchos el desiderátum, cuando medio siglo atrás el funcionariado parecía en Catalunya una salida profesional menor.
   Pero la historia es siempre cíclica. Las dificultades actuales nos harán recobrar a todos, por la fuerza, niveles de una mayor autoexigencia colectiva.


4. Vida de hotel
   Promulgan una ordenanza que prevé sanciones contra los que hacen 'balconing'.

03/03/2012 Quim Monzó La Vanguardia

   Un día un iluminado decidió inventar una palabra para definir una actividad que el mundo ha practicado desde siempre: correr. Como correr le debía parecer poco glamuroso y el inglés mola, cogió la palabra inglesa por pie (foot), patilleramente la convirtió en un verbo y añadió un -ing para que pareciese gerundio. Así nació footing. La propuesta es idiota porque en inglés ya había una palabra enrollada para definir la actividad de correr, y esa palabra es jogging. De forma que, puestos a hacerse el cosmopolita innecesario, quizá habría valido más que directamente adoptaran esta. Pero no fue así y pronto footing quedó entronizada, hasta el punto de que con el paso de los años ha sido aceptada por las instituciones lingüísticas.
   Como la chorrada arraigó, lustros después a otro iluminado se le ocurrió que podía mejorarlo y crear una palabra formada por un sustantivo en nuestro idioma que acabaría como si fuera un gerundio inglés. El resultado fue balconing, unión de balcón y -ing. En este caso diría que el engendro lingüístico es perfecto porque liga con el encefalograma plano de los que dedican a esa actividad recreativa que se practica en el hotel, generalmente a las tantas de la noche, y que consiste en saltar de un balcón a otro. Eres un turista, estás en tu habitación, completamente curda, y en la habitación de al lado tienes a tus amigos, generalmente tan curdas como tú. Pues en el frenesí de la excitación, incitado o no por ellos, saltas de tu balcón al suyo. Pero como, por designio divino, hay una ley denominada de la gravedad, a menudo pasa que –por falta de ímpetu o porque tus facultades están obnubiladas por el alcohol y los psicotrópicos– no llegas a la meta (el otro balcón) y caes: uno, dos, cinco o diez pisos, los que haya entre vuestros balcones y la calle o el patio, o lo que sea que tengan a nivel del suelo. En cualquier caso quedas hecho papilla.
   Como en Lloret de Mar esa actividad gusta bastante a la juventud guiri, el Ayuntamiento ha promulgado una nueva ordenanza de civismo que prevé sanciones contra los que la practiquen. (Contra los que sobrevivan, se entiende, porque a los que mueran poco podrán reclamarles.) La nueva ordenanza dice que también multarán a los hoteleros en cuyos hoteles los clientes se den al balconing. Las multas para los hoteleros irán de los 750 a los 1.500 euros. Ya me perdonarán, pero no lo entiendo. ¿Qué culpa tienen los hoteleros de que alguno de sus clientes sea idiota? ¿Cómo van a saber, ya en recepción, si ese cliente determinado hará balconing o no? ¿Tienen que poner, día y noche, a un guarda en cada balcón, vigilando que nadie intente saltar a la habitación de al lado? Y si el cliente muere de una bala en el cerebro porque la pistola se le dispara mientras juega a la ruleta rusa, o estrangulado mientras practica la autoasfixia erótica, ¿también harán corresponsables a los hoteleros y los multarán?